Elvira Sastre, Baluarte
Junio de 2017
La tristeza no es más que solo una verdad pactada con una guitarra que no sabe sonar mejor que maullido de Paloma. La tristeza no es ella. Es el anhelo de mi tristeza quien se confiesa. La tristeza es mi alma que no sabe, que no sabe nada; es como el amor, el amor que no entiendo, el amor que yo siento.
Lun., 27 de jun. de 2022
2:19 a. m.
Yo debería estar preguntándome por las singularidades. Y también por el Alzheimer. Por el perrito que aún no adopto y que el juguete ya empieza a extrañar. Por el calentamiento global y mi huella de carbono. Por la corrupción, los niños y la profesión que abandono cada dos segundos. Por el dios que no creo que creo pero siempre me sale nombrar. Yo debería estar comulgando con la realidad. Pero, hoy, soy solo un pequeño niño que desea, con todo su corazón, volver a coincidir con los ojos de Eloise.
Creo que las hojas serán de una total envergadura cuando las raíces escapen de los suelos.
®| Hoja29
EPIFANÍAS
Ocurrió cuando menos lo esperaba...
A finales de una tarde de invierno. La nieve se derretía. Unos días antes de dejar de salir completamente del sótano. Caminaba cada vez más lento, miraba las casas, las calles vacías del domingo, enero...Me di cuenta, por primera vez con tanta claridad (la claridad del aire de enero), de que aquello que queda al final no son los momentos excepcionales, tampoco los acontecimientos, sino precisamente los momentos en que no pasa nada. Tiempo liberado de su pretensión de excepcionalidad. Recuerdos de tardes en las que nada ha ocurrido. Nada, salvo la vida en toda su plenitud. El olor sutil a humo de leña, las gotas, la sensación de soledad, el silencio, el crujir de la nieve bajo los pies, la vaga desazón cuando cae el crepúsculo, lenta e irreversiblemente.
Ya lo sé. No quiero revivir de nuevo ninguno de los llamados acontecimientos de mi propia vida, ni aquel primero de mi nacimiento, ni el postrero que me aguarda por delante; son ambos igual de incómodos. Igual que lo son todas las llegadas y despedidas. Tampoco quiero revivir de nuevo mi primer día de cole, ni mi torpísimo primer polvo, ni mi llegada a la mili, ni mi primer día de trabajo, ni mi petulante bodorrio, ni...Ninguno de esos recuerdos me aportaría alegría. Los cambio todos, junto con los montones de fotos que los acompañan, por aquella tarde en la que estoy sentado en los escalones calientes a la puerta de casa, me acabo de despertar de la siesta, oigo el zumbido de las moscas, he vuelto a soñar con aquella chica que nunca se da la vuelta. Mi abuelo arrastra la manguera al jardín y el pesado olor a flores tardías asciende hacia los cielos. Nada es definitivo, nada ha sucedido aún. Tengo todo el tiempo del mundo por delante.
Lo insignificante y lo pequeño, ahí es donde está agazapada la vida, ahí es donde anida. Son curiosas las cosas que quedan brillando al final, el último resplandor antes de la oscuridad. Ni las más importantes ni..., uno no puede anotarlas o contarlas siquiera. El cielo del recuerdo se abre para aquel minuto del crepúsculo de un día de invierno en una ciudad lejana: tengo dieciocho años y de milagro me he quedado solo por un par de minutos, atravieso el enorme patio de armas del cuartel. (...)
Y bien, aquel momento en el que me quedé solo en el enorme patio de armas bajo un cielo vacío, en medio del aire frío impregnado del primer olor a invierno, a humo de leña y carbón que se desliza a hurtadillas desde el pueblo cercano, crepúsculo y premonición, por primera vez solo, por primera vez en otra parte, un leve frío, nubes frías. Y precisamente ese encuentro entre la desesperanza y la premonición (el año de la mili acababa de empezar), mezcladas con un cielo infinito, ajeno y hermoso, hermoso de manera ajena, hizo que ese minuto pareciera eterno. Ya sabía yo que no sería capaz de contarlo.
Evidentemente, puedo enumerar más camellos dorados como ese en la caravana infinita de los minutos. Tres o cuatro, como mucho. Pero intentaré relatar tan solo uno más. Final del verano, estoy frente a mi casa, el ocaso es infinito en la llanura, tengo seis años, las vacas regresan por el camino, primero se oyen sus cencerros lentos, los gritos del pastor, los mugidos que anuncian a sus crías que por fin regresan, el llanto en respuesta de los terneros...Sí, es un llanto, lo sabía incluso entonces. Igual que el llanto que brota de mí al instante cuando mi madre regresa de la ciudad para verme el fin de semana. Jamás el alivio y la acusación han estado tan cerca uno del otro como en ese llanto. Tan cerca como el llanto de los terneros y el llanto de los niños cuando se los abandona durante el día o durante unas semanas. (...)
En ese minuto (el recuerdo sigue igual de nítido), en ese minuto tupido de sonidos, vacas y olores, todo desaparece de repente, una grieta resquebraja el horizonte en su punto más remoto, el tiempo se retira y allí, en el fondo del ocaso, aparece un cuarto blanco de techos altos como jamás he visto, con una araña de luces y un piano. Y frente al piano está sentada una chica de mi edad a la que veo solo de espaldas. Tiene el pelo claro, recogido en una coleta, se dispone a tocar, tiene los brazos ligeramente alzados, veo sus codos afilados...Y ya está.
Nunca he sido más feliz, nunca me he sentido más completo y tranquilo que en aquel minuto sentado sobre la losa caliente a finales de mi sexto verano. (...) Me prometí en aquel momento que encontraría a esa chica. La busqué en todas partes, en todos los años que atravesé. Ninguna resultó tener su rostro. Siento que con el tiempo empiezo a rendirme. Me acostumbro. Ser viejo consiste en acostumbrarse.
• Gueorgui Gospodínov, "Física de la tristeza"
Fulgencio Pimentel. Trad: María Vútova y Andrés Barba
10 de diciembre de 2019
(...)Pero a las estaciones les da igual cuál prefieras de entre ellas; las hojas no caen para complacerte, no llueve porque estés triste ni la antítesis de la alegría viene con la soledad, las palabras y el canto de los pájaros no llegan para ti. Para mí, amor significa... (poesía), no ninguna mujer; aunque esa mujer lleve el alma en los ojos y la vida en su sonrisa.
Olvidado el detallado análisis, común al procedimiento de culpabilidad, homogéneo a los años que observan el propio infortunio de lo que ninguno atiende. Todo se disuelve hasta caer turbado, a fuerza de persuasiones, sobre la cabecera del año 55. Y nada es y nada vuelve a ser.
Lun., 23 de nov. de 2020
Para soñarte, solo falta alzar la vista y contemplar el cielo. La desvelada noche abre un ladito de su espacio y manifiesta, vistiendo de gala, ese titilar de estrellas que son tus ojos. Tan tuyos que avivan y azoran el mismo centro del corazón. Abriendo caminos hacia arriba vas, tan arriba como ninguna jamás en el mundo. Alegría de la tierra eres. Orgullo de la vida. Toda mi vida para ti fue escrita.
Sáb., 30 de en. de 2021
¡Qué voces las que se oyen! ¡Qué dicha tras tu mirada! Arde en fiebre mi alma bajo esta noche en la que nuestros sueños descansan...Perviven (...). Llega el sueño. Llega el sueño y siento que me voy, que nos vamos, que nos encontramos.
“Si puedo evitar que un corazón sufra, no viviré en vano; si puedo aliviar el dolor en una vida, o sanar una herida o ayudar a un petirrojo desmayado a encontrar su nido, no viviré en vano.”
— Emily Dickinson